domingo, 31 de julio de 2011

Oir es inevitable...escuchar es otra cosa!

Escuchar no predispone, no enjuicia, no da por hecho y no es una asunción; paradójicamente, una escucha eficiente, es una visualización; un ilustración guiada de la expresión, una imagen singular y una proyección de hechos y de actitudes, un cronograma de sensaciones.
El “escuchante” viaja cargado de empatía, parafrasea para verificar el mensaje o para comprender el sentido; emite palabras de refuerzo que sellan la demostración inequívoca de interés por su parte; es habitual ver en su atuendo, resumir y cumplimentar para avalar el nivel de recepción.
Uno de los obstáculos que dificultan la escucha está muy próximo a nosotros mismos, además lo propiciamos voluntariamente… se conoce como el pensamiento. Y es que pensamos mucho más rápido que escuchamos; concretamente se calcula que escuchamos del orden de entre 130 y 150 palabras por minuto, mientras que pensamos entre 350 y 700… procesamos por tanto mucha más información mentalmente de la que somos capaces de recibir por medio de la audición. Este efecto provoca distracciones y desconexiones con nuestro interlocutor, solo salvables una vez más con esfuerzo por nuestra parte y generosidad.
Relacionado con el pensamiento y su capacidad para distraernos en una conversación, está la que conocemos como “la columna izquierda”: ¿Cuántas veces hubiésemos querido decir lo que pensábamos pero para evitar la confrontación o la incomodidad, optamos por el silencio?... En el proceso de comunicación son muchos los estímulos y las provocaciones que activan nuestra columna izquierda; nos avanzan por una senda de juicios y opiniones que predisponen nuestro posicionamiento respecto a un acontecimiento o ante una persona; la activación del fenómeno de la columna izquierda crea una esclusa dentro de la conversación que limita la escucha, la deriva hacía el área del interés particular y nos aleja insolidariamente de nuestro interlocutor. Administrar con honestidad este tributo tiene  sin duda una valiosa contrapartida: el diálogo, la conversación.
También es conocido que ellas escuchan más y mejor… y es cierto y además tiene su explicación científica: El hemisferio cerebral izquierdo como sabemos es quién se ocupa de las tareas racionales, mientras que el derecho se encarga de la creatividad y de las emociones. El cerebro femenino tiene un cuerpo calloso externo más grueso que el masculino y por lo tanto ellas tienen un 30% más de conexiones entre los dos hemisferios; (de ahí aquello tan manido de que son capaces de realizar más de una tarea a la vez…!). Ellas tienen la habilidad de comunicación interpersonal situada en una zona localizada principalmente en la parte frontal del hemisferio cerebral izquierdo y en una zona más pequeña del hemisferio derecho. Poseer dos áreas localizadas en los dos hemisferios permite que las mujeres sean muy buenas comunicadoras, ya sea hablando o escuchando.
Sí escuchar es sinónimo de respeto, limitarnos a oír, es sin lugar a dudas, un acto egoísta y una demostración del poco valor que damos a quien ha requerido nuestra atención.
Hace años en un curso de negociación cerca de Oxford y cuando tocaba hablar de la escucha durante el proceso de negociación, recuerdo con nitidez una frase poderosa que nos regaló el formador:
¡Cuando no tengas nada que decir, no digas nada…escucha!

Jesús Moya
“Aquello que pensamos es aquello en lo que nos convertimos”

domingo, 17 de julio de 2011

Las Emociones

Cuentan que una vez se reunieron todos los sentimientos y cualidades del ser humano.
Cuando el aburrimiento había bostezado por tercera vez, la locura, como siempre tan loca, les propuso: ¿Vamos a jugar al escondite?.
La intriga levantó la ceja intrigada y la curiosidad, sin poder contenerse, preguntó: ¿Al escondite? ¿Y cómo es eso?.
Es un juego (explicó la locura)en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar hasta un millón mientras vosotras se esconden y cuando yo haya terminado de contar, la primera de vosotras que yo encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego.
El entusiasmo bailó secundado por la euforia, la alegría dio tanto saltos que terminó por convencer a la duda, incluso a la apatía, a la que nunca le interesaba nada.
Pero no todos quisieron participar… la verdad prefirió no esconderse; ¿para qué? Sí al final siempre la hallaban y la soberbia opinó que era un juego muy tonto (en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella), la cobardía prefirió no arriesgarse…
Un, dos tres…comenzó a contar la locura.
La primera en esconderse fue la pereza, que como siempre se dejó caer tras la primera piedra en el camino, la fe subió al cielo y la envidia se escondió tras la sombra del triunfo, que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.
La generosidad casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos…
¿Qué si un lago cristalino? Ideal para la belleza.
¿Qué sí la hendidura de un árbol? Perfecto para la timidez.
¿Qué sí el vuelo de una mariposa? Lo mejor para la voluptuosidad.
¿Qué sí la ráfaga del viento? Magnífico para la libertad.
Así la generosidad terminó por ocultarse en un rayito de sol. El egoísmo en cambio encontró un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo…pero solo para él.
La mentira se escondió en el fondo de los océanos (mentira, en realidad se escondió detrás del arco iris) y la pasión y el deseo en el centro de los volcanes.
El olvido…se me olvidó donde se escondió, pero eso no es lo importante.
Cuando la locura contaba 999.999 el amor aún no había encontrado sitio para esconderse, pues todos se encontraban ocupados…hasta que divisó un rosal…y enternecido decidió esconderse en sus flores.
Un millón! Contó la locura y comenzó a buscar.
La primera en aparecer fue la pereza solo a tres pasos de una piedra.
Después se escuchó a la fe discutir con Dios en el cielo sobre la zoología…
A la pasión y el deseo los sintió el vibrar de los volcanes.
En un descuido encontró a la envidia y, claro, pudo deducir donde estaba el triunfo.
Al egoísmo no tuvo ni que buscarlo, él solito salió disparado de su escondite que había resultado ser un nido de avispas.
De tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago descubrió a la belleza.
Con la duda resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir de qué lado esconderse.
Así fue encontrando a todos…al talento entre la hierba fresca, a la angustia en una oscura cueva, a la mentira detrás del arco iris (mentira sí ella estaba en el fondo del océano) y hasta el olvido que se le había olvidado que estaban jugando al escondite.
Pero el amor no aparecía por ningún lado.
La locura busco detrás de cada árbol, bajo cada arroyuelo del planeta y la cima de las montañas y cuando estaba dándose por vencida divisó un rosal y las rosas… y tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas cuando de pronto se escuchó un doloroso grito.
Las espinas habían herido en los ojos al amor, la locura no sabía qué hacer para disculparse, lloró, rogó, imploró, pidió perdón y como castigo hasta prometió ser su lazarillo.
Cuenta la leyenda que desde entonces, desde que por primera vez se jugó al escondite en la tierra…el amor es ciego y la locura siempre le acompaña.

Del libro de Leonardo Wolk “El Arte de soplar las brasas

“Aquello que pensamos es aquello en qué nos convertimos”
Jesús Moya