domingo, 29 de abril de 2012


El fracaso de la generación del baby boom.

Nacimos a mediados de los 60, al albur del desarrollismo; algunos nos han llamado la generación “X” desde el 68 hasta el 80… La de los 60 fue la década con mayor número de nacimientos en España; 7.275.719;  fuimos y somos una generación plagada de contradicciones; de entrada y a diferencia de nuestros padres, no hemos pasado hambre, más bien hemos tenido siempre la barriga llena y probablemente mucho más de lo que necesitábamos; pasamos de ser hijos de familias numerosas a educar a hijos únicos o la idílica parejita…Nos casamos tarde, con muchas dudas sobre “la institución”, no en vano hemos llenado los juzgados de demandas de divorcio; nos cargamos el servicio militar, dejamos de ir a misa y comenzamos a mantener relaciones sexuales sin necesidad de estar enamorados.


Como recoge magistralmente Ignacio Elguero en su libro: “los niños de los chiripitiflaúticos  (Edit. La Esfera de los libros), somos la última generación en no saber hablar bien ningún idioma extranjero y primera en llegar tarde al aprendizaje de las nuevas tecnologías y la informática. Hemos dicho adiós al concepto de trabajo para toda la vida y el “fijo” en la empresa.


Mientras nosotros hemos sido espectadores privilegiados de la transición, nuestros padres lucharon por los derechos civiles que hoy nos parecen elementales y se dejaron la piel y hasta la vida por darnos un modelo de sociedad atribuido al esfuerzo, a la dedicación y a la responsabilidad. Nosotros en cambio, damos más importancia a disfrutar de la vida que a dejar un patrimonio a nuestros hijos; somos sin ninguna duda, hedonistas, individualistas, cínicamente competitivos y por supuesto, la “x” que despeja la ecuación.., herederos universales del auge del consumismo. Y la consecuencia, es que estamos endeudados hasta las cejas y somos la generación que no va a poder pagar la hipoteca!


Algo inherente a cada generación es rechazar el pasado, la generación previa para buscar su propia identidad; deberíamos empezar por ahí, por recapitular los valores que sirvieron a nuestros padres para construir la prosperidad que les permitió educarnos y darnos todo lo que hasta que no hemos alcanzado la madurez ni hemos sabido valorar ni hemos querido preservar. Como dice muy acertadamente Leticia Alcocer en su post, nuestros padres vieron el trabajo como fórmula de progreso y desarrollo; compraban las cosas cuando podían y al nivel que iban a ser  capaces de pagar; atendían sus facturas con celo y tenían al ahorro como principio de subsistencia.


Hemos pervertido el modelo dilapidando dos elementos esenciales que la generación de nuestros padres tuvo muy presente, el esfuerzo y el merito; dos valores que a ellos no les hizo falta aprender, nacieron en una época en la que no era posible avanzar sí no era a base de trabajo y constancia; y lo conseguían los que más trabajaban, los que más se comprometían y los que más luchaban por ello: la meritocracia se declinaba en toda la esfera de la sociedad, comenzando por el colegio, para el acceso a la universidad y obviamente, en el ejercicio profesional. Una pausa: ¿Qué hay de eso ahora? …Colegios que entienden que por la tarde no es necesario enseñar…, los exámenes ahora se llaman “pruebas integrales de conocimiento” y se pasa de curso para no generar desequilibrios entre los alumnos de distinta edad??? Aunque  no haya dado un palo al agua y no haya aprendido nada…se pasa de curso! ¿Y La universidad? Universal! Complaciente! lejos de la realidad, al auxilio de los derechos y huyendo de los deberes… fábrica de reivindicaciones! Completamente divorciada entre la oferta y la demanda. Quizás de ahí, derive que en las empresas progresan los pelotas y se repudia a la gente comprometida que entiende el trabajo como el pilar de desarrollo individual y de sostenibilidad familiar: ¿Os imagináis a los profesores que tuvimos en la escuela primaria haciendo huelgas por tener que trabajar dos horas más al día pagadas…? Aquellos que hasta iban a tu casa para hablar con tus padres y aconsejarles como ayudarnos, que se quedaban jugando a futbol en el patio al acabar las clases o inventando radios locales, periódicos, talleres…, todo para que no cayéramos en la pesadilla de la droga de principios de los 80 que se llevó a tantos de nosotros por delante? A mi me da vergüenza muchas de las actitudes que enarbolamos en virtud de no sé que derechos, de eludir las obligaciones de hacer todos los días un poco más y un poco mejor, lo que hicimos ayer para contribuir a una mejor sociedad, eso, tampoco se lo tuvo que explicar nadie a nuestros padres…


El profesor de comunicación de la Central Washington University, Carlos García, define el estado del bienestar como expansión de los mecanismos  redistributivos. Podríamos añadir que el estado del bienestar serían las intervenciones dirigidas a mejorar el bienestar social y la calidad de vida de la población; en mi opinión y visto lo visto, el estado de bienestar ideal es aquel que le permite a uno desarrollarse profesional y personalmente, tutelado por las políticas sociales que son capaces de soportar el nivel de ingresos de un país y que dista mucho del todo gratis, de que lo pague el estado que somos todos o que el dinero público no es de nadie… El mejor bienestar es el que faculta al individuo en su compromiso con la sociedad, en el interés general por detrás del particular y en la voluntad de construir una sociedad rica en valores que repudien el enriquecimiento propio derivado del empobrecimiento de los demás, donde la ética disipe los atajos en la escalera social o el fraude de quienes tienen la responsabilidad de administrar el dinero del estado.


Crisis, recortes, prima de riesgo…términos que acaparan una notable participación en las conversaciones de cualquier ciudadano en nuestros días, y yo me pregunto: ¿y porque no hablamos más de eficiencia, compromiso, trabajo, esfuerzo, dedicación, solidaridad,….? Estoy convencido que saldríamos de éste pozo mucho antes y mucho mejor, que sí pensamos que con adelgazar el gasto dilapidando de paso el consumo, vamos virar el rumbo… al menos en el medio plazo, que es el que da sostenibilidad y refuerza los pilares de un estado.


Desde al Atalaya del pensamiento y en honor al mejor legado que me ha dejado mi padre: “hijo, pon lo máximo en lo mínimo que hagas…”, reivindico a los de mi generación para asomarnos al pasado, recuperar el espíritu de sacrificio y de esfuerzo; apelar a la responsabilidad y a la solidaridad social; nada de lo que nos dieron era gratis, sí no lo pagamos hasta hoy, es porque lo pagaron ellos antes y a nosotros nos toca preservarlo. No hay evolución sino es a base de trabajo, perseverancia, tenacidad y actitud de superación.




“La vida de sacrificios es más agradable casi siempre que la de amarguras”

Pio Baroja



Jesús Moya