España
2.020 – ¡Hacía un nuevo
ordenamiento político!
Muy pocos dentro de la clase
política levantan la voz en público y aún menos enarbolan un pensamiento que
fluye en la sociedad civil: tenemos un modelo de estado fracasado; ya no
complace a quienes lo forjaron, insostenible para las arcas de quienes lo
tenemos que costear y alejado de las pretensiones de quienes lo debieran
convalidar.
La España del siglo XXI es un
elenco de desvirtuados propósitos y medias verdades en cuanto a su
configuración administrativa; mientras prevalece un orden constitucional y
político adulterado por los imparables procesos expansivos de sus insaciables autonomías, la sociedad civil camina
inexorablemente entre arcaicos complejos de pertenencia y los efectos
balsámicos que provoca el capitán de la
roja cada dos años a los maltrechos principios fundacionales de nuestro
territorio.
El origen moderno de la
configuración del Estado nace en un contexto ciertamente delicado y a buen
seguro, sus retos fundacionales encastrados en el propósito de contentar a todos,
son los que arrastran el lastre
y los inalcanzables honorarios de aquella voluntad. El modelo autonómico nació
para satisfacer las aspiraciones de autogobierno de determinados pueblos,
asumiendo con ello la pluralidad de España, sí bien se establece que el Estado
es unitario, no federal y por lo tanto la pretensión de descentralización
converge intencionadamente con la premisa mayor de la Carta Magna, Titulo
preliminar, artículo 2: La Constitución
se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e
indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la
autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad
entre todas ellas. Frente a la defensa del interés general del Estado,
emergió la verdadera voluntad de cada diversidad nacional, de cada singularidad
regional, de cada particularidad local. En el marco de las negociaciones
parlamentarias que habilitaran o malograran las mayorías necesarias para
gobernar, se cuarteó el espíritu que forjó el citado título preliminar,
intercambio de concesiones competenciales que han acabado saboteando la solidaridad de salón inicial para
adentrarnos en una dicotomía de carácter estructural: o país o comunidades, o
centralización o descentralización, o sentido de Estado o sentimiento
disgregador, o lo de todos o lo mio… para acabar en lo que todos percibimos, que esta casa, es una ruina!. Lo es
política, social y económicamente y sí no lo remediamos responsablemente, se
lleva consigo a media Europa.
El panorama por tanto retrata el
frustrado espíritu conciliador de organización del estado y una evidente y
descorazonada pérdida de confianza internacional de nuestras instituciones y de
quienes tienen la tarea de gestionarlas en todos los ámbitos y extensiones de
aplicación. Es aquí donde la teoría deja paso a la práctica y las intenciones
sucumben ante la frialdad de las cifras: El gobierno ha tenido que habilitar un
mecanismo amparado en los presupuestos generales para permitir a las comunidades
autónomas poder sufragar el déficit de sus cuentas para el presente ejercicio y
que se cifra en la muy inquietante cifra de 18.000 millones de euros; un nuevo
parche y ya son muchos que en poco ayudan a contra restar esa manifiesta
perdida de confianza del exterior en nuestras capacidades especialmente la que
ejercen los que nos tienen que financiar entre otras cosas porque enmascarados
en una actitud claramente irresponsable, los gobiernos regionales se jactan de
que no estar dispuestos a aceptar los duros recortes o ajustes que les exigirá
la coyuntura presente; porque en el fondo renunciar a su onerosa estructura
gubernativa es y bien lo saben, perder autonomía política y económica.
El tamaño siempre importa: 17
comunidades autónomas, los cabildos y consejos insulares, 17 delegaciones de
gobierno, 50 provincias con sus respectivas diputaciones y subdelegaciones de
gobierno y los 8.000 municipios: total agujero de 18.000 millones. ¿Conclusión?
El Estado de la Autonomías es inviable y hay que cambiarlo. La sociedad civil
se manifiesta y se lamenta en las calles
por la oleada de recortes todos dirigidos al corto plazo y a que quienes nos
prestan la financiación que precisamos para mantener abierta la tienda, tengan la excusa pertinente antes sus contribuyentes
de que España está atajando sus problemas. Nada más lejos de la realidad;
estamos taponando la herida para que no se desangre pero aún y esto es lo más cruel de lo que se nos avecina, no hemos
empezado todavía a curar la insostenibilidad económica de un modelo desprendido
de austeridad y blindado al capricho de quienes abundan en su insaciable afán
de poder.
Nuevo orden
territorial
La realidad social en algunos
territorios que forman parte de la estructura del Estado dista del principio que recoge la Constitución
y que citábamos con anterioridad: “la
indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos
los españoles”. ¿Pero es que alguien se cree que es ese el sentimiento
popular que corre por las venas de vascos o catalanes? ¿Esa es la doctrina que
prevalece en la educación política en las escuelas? ¿Cuál es la conciencia de
pertenencia? ¿A qué y Cómo? Se puede vivir o trabajar del sector público en las
comunidades con lengua propia ajenos a ella?.¿Cuál es la identidad manifiesta de
los pueblos? ¿Qué pensarán y porque lucharán las generaciones de hoy que se
forjan en la diversidad, en la singularidad y la defensa a ultranza de la realidad
nacional de cada ente autonómico? ¿Son solidarias las comunidades las unas con
las otras? ¿Prevalece el interés general en las negociaciones de competencias
entre Estado y Autonomías?
Un sistema que dote a la ciudadanía
de los cauces administrativos que emerjan de las instituciones europeas como
fuente del marco regulador y transversalmente diigida por los entes que sean
precisos y solo los precisos para su
ejecución y su control, amparados en un principio básico de austeridad en su
composición.
Una configuración del estado donde
se atienda inexorablemente la singularidad exclusivamente de los territorios
cuyo adn es imperturbable y en cualquier caso, su
existencia debe albergarse en armonía con el resto de territorios que
configuren un Estado cuyo principal motor de ejecución sea la verticalidad de
sus políticas.
Un país, un estado, no puede entrar
en conflicto de intereses entre sus propios estamentos y sí lo hace debe tener
un recurso solido que solvente dentro de su marco jurídico las posibles
controversias de manera inmediata; no puede someter su estructura a los pactos
electorales que habilitan gobiernos de paso; no puede defender su posición
supranacional sin internamente no es capaz de articular un único discurso y aún
menos sí no puede aplicar diametralmente los mandatos para los que la
ciudadanía le ha otorgado su responsabilidad.
No hay café para todos, nos lo
hemos dilapidado; el café sí acaso, para quién sea capaz de producirlo y
costearlo y sí no se puede costear, como estamos viendo, hay que encontrar un
sustitutivo, apropiado, económico y eficiente.
El modelo autonómico de
descentralización irracional ha cerrado por quiebra manifiesta. Es el momento
de un proceso de retroalimentación de los pilares básicos de gestión
centralizada en todas las áreas de componente general del Estado.

