lunes, 13 de agosto de 2012

¿Nos tomamos un café?
Casi no recuerdo la última vez que quedamos…y es que es tan fácil de justificar: que sí estoy muy liado, que sí tengo que hacer esto o aquello, bla, bla y bla. Ambos sabemos que sólo son disculpas para evitar vernos y pasar revista;  para afrontar con coraje lo que nos separa, lo que nos perturba y lo que, aun sabiéndolo, no queremos reconocer porque eso de estar dando explicaciones y admitir lo que no nos gusta….lo esquivamos anclándonos en que todo es más importante y más urgente que lo nuestro. Así no va…! Pues esta vez NO! Hoy he quedado conmigo mismo para tomarme ese café que siempre evito, mirarme al espejo y fondear en los caladeros de las contradicciones y las inquietudes; en la bahía de las ilusiones, donde flotan los sueños y las respuestas se sumergen en el mar de las preguntas. Hoy al darme la vuelta, advertí sobre las olas del olvido que el temor es al alma, como el veneno a la vida. Cuando se escapa de la oscuridad de la duda, el exceso de luz ciega y perturba la esperanza. La pérdida de rima malogra el verso del poeta, el trazo quebrado del artista destrona su pintura o la nota vacía en la estrofa ahorca a la melodía. Por el contrario, la tesis da sentido a la antítesis, el segundo hace bueno al primero, la noche trae el amanecer y la lluvia da paso al Sol.
Hoy me he recostado sobre la arena de la voluntad para recrearme en los propósitos y  en las inquietudes. En el seno de las circunstancias, se encuentra la salida de emergencia, la llave que cierra el arcón de la incomprensión y bebiendo del elixir de la  paciencia se puede incluso encontrar el remedio para la falsa frustración, la que emana de la difusión imperfecta de expectativas divergentes con el espíritu y con el curso de la dedicación.
En el encuentro con mi esencia, me asomo al espejo que refleja el silencio sobre las olas del pensamiento, donde la palabra se somete a la conciencia y se acuesta sin recelo sobre el letargo de la reflexión para abrazar el olvido. La tentación amanece de la incesante necedad de los caprichos que quedan impunes en el tribunal de las intenciones.
Hoy he quedado conmigo mismo para tomarme ese café que me hacía falta para decirte que vuelvas a reinar mi soledad. Me asomado al presente para buscarte en el futuro más próximo.

miércoles, 1 de agosto de 2012

¡Mente Traicionera!
Qué cruel puede resultar el éxito! Ahora que estamos en época de olimpiadas, dónde el deporte cobra toda su brillantez. Reluce en todas sus facetas, el esfuerzo, la constancia, la preparación, la tenacidad, la confianza y un sinfín de valores todos perfectamente ataviados de disciplina, orden y método. Destaca por encima de todo el espíritu competitivo, la ambición y los sueños; florece en cada participante la idea superación, de avanzar, de crecer, de mejorar el pasado y de retar al futuro; no hay espacio para el descanso ni para el conformismo, no hay lugar para la complacencia ni para el abandono. El juicio se decanta por el , reafirma por tanto el talento aderezándolo de supina voluntad.  No habita el no, sino en el  temor reverencial y en la cruel sospecha.
La mente crea ilusiones de jubileo para albergar la proyección de un logro, de un éxito, configura todo un itinerario de estadios que van recogiendo distintas visiones: cómo lo celebramos, cómo lo compartimos, cómo nos regocijamos, cómo lo observan los demás, cómo lo admiran, cómo lo cuentan…; después retrocede unos pasos para reconocer el esfuerzo que supone y lo más importante, para consolar el compromiso que requiere desarrollar esa ardua tarea que deriva por el contrario en las escenas felices finales. Es así resumida y simplemente como la mente articula elementos que contengan la sustancia del compromiso para luchar por algo, del esfuerzo correspondiente al que habrá que someterse y como celebrar su consecución. Pero, una vez alcanzado: ¡ay! ¡Ay!,…se esfuma igual que vino, se dilata del presente y se muda inexorablemente al pasado para siempre; se transforma lo mucho que costó en lo poco que vale. Cómo ya está conseguido, la mente traicionera, lo aparca en el olvido o lo que es peor, lo rutinea, sí, sí, lo convierte en cotidiano, le resta valor precisamente porque ya forma parte de nosotros; cuando no lo era, suponía un misterio, un deseo, un sueño, ahora es algo propio, verosímil y cotidiano. ¡Mente traicionera!
En el fracaso hasta su confirmación se repiten los mismos pasos, se generan todas la expectativas, pero sucumbimos al éxito y al contrario, ni entendemos, ni aceptamos, ni olvidamos. La sensación de fracaso nos desvela de la realidad; castiga el alma sin piedad reprochándonos la diligencia esperada, la fortuna merecida o la conclusión soñada; golpea los pilares del compromiso, cuestiona el favor de las competencias o la implicación del corazón. No desaparece nunca, en el mejor de los casos, desluce su poder disminuyendo su azote en el transcurso del tiempo, pero permanece altiva frente al espejo igual que la crueldad se asomaba al infausto Dorian Grey cuando recelaba del pasado.
Sin embargo, las mejores lecciones, las más sabias y las más importantes nos la dan los errores, los fracasos, las decepciones. De un traspiés, siempre nos levantamos, de un golpe siempre nos recuperamos, de una pesadilla, siempre nos despertamos. El fracaso es a la vida, como la esencia a la materia. Quien no ha fracasado sencillamente no ha aprendido.


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