¡Mente Traicionera!
Qué cruel puede resultar el éxito! Ahora que estamos en época de olimpiadas, dónde el deporte cobra toda su brillantez. Reluce en todas sus facetas, el esfuerzo, la constancia, la preparación, la tenacidad, la confianza y un sinfín de valores todos perfectamente ataviados de disciplina, orden y método. Destaca por encima de todo el espíritu competitivo, la ambición y los sueños; florece en cada participante la idea superación, de avanzar, de crecer, de mejorar el pasado y de retar al futuro; no hay espacio para el descanso ni para el conformismo, no hay lugar para la complacencia ni para el abandono. El juicio se decanta por el sí, reafirma por tanto el talento aderezándolo de supina voluntad. No habita el no, sino en el temor reverencial y en la cruel sospecha.
Qué cruel puede resultar el éxito! Ahora que estamos en época de olimpiadas, dónde el deporte cobra toda su brillantez. Reluce en todas sus facetas, el esfuerzo, la constancia, la preparación, la tenacidad, la confianza y un sinfín de valores todos perfectamente ataviados de disciplina, orden y método. Destaca por encima de todo el espíritu competitivo, la ambición y los sueños; florece en cada participante la idea superación, de avanzar, de crecer, de mejorar el pasado y de retar al futuro; no hay espacio para el descanso ni para el conformismo, no hay lugar para la complacencia ni para el abandono. El juicio se decanta por el sí, reafirma por tanto el talento aderezándolo de supina voluntad. No habita el no, sino en el temor reverencial y en la cruel sospecha.
La mente crea ilusiones de jubileo
para albergar la proyección de un logro, de un éxito, configura todo un
itinerario de estadios que van recogiendo distintas visiones: cómo lo
celebramos, cómo lo compartimos, cómo nos regocijamos, cómo lo observan los
demás, cómo lo admiran, cómo lo cuentan…; después retrocede unos pasos para
reconocer el esfuerzo que supone y lo más importante, para consolar el
compromiso que requiere desarrollar esa ardua tarea que deriva por el contrario
en las escenas felices finales. Es así resumida y simplemente como la mente
articula elementos que contengan la sustancia del compromiso para luchar por
algo, del esfuerzo correspondiente al que habrá que someterse y como celebrar
su consecución. Pero, una vez alcanzado: ¡ay! ¡Ay!,…se esfuma igual que vino,
se dilata del presente y se muda inexorablemente al pasado para siempre; se
transforma lo mucho que costó en lo poco que vale. Cómo ya está conseguido, la
mente traicionera, lo aparca en el olvido o lo que es peor, lo rutinea,
sí, sí, lo convierte en cotidiano, le resta valor precisamente porque ya forma
parte de nosotros; cuando no lo era, suponía un misterio, un deseo, un sueño,
ahora es algo propio, verosímil y cotidiano. ¡Mente traicionera!
En el fracaso hasta su confirmación
se repiten los mismos pasos, se generan todas la expectativas, pero sucumbimos
al éxito y al contrario, ni entendemos, ni aceptamos, ni olvidamos. La
sensación de fracaso nos desvela de la realidad; castiga el alma sin piedad
reprochándonos la diligencia esperada, la fortuna merecida o la conclusión
soñada; golpea los pilares del compromiso, cuestiona el favor de las
competencias o la implicación del corazón. No desaparece nunca, en el mejor de
los casos, desluce su poder disminuyendo su azote en el transcurso del tiempo,
pero permanece altiva frente al espejo igual que la crueldad se asomaba al
infausto Dorian Grey cuando recelaba del pasado.
Sin embargo, las mejores lecciones,
las más sabias y las más importantes nos la dan los errores, los fracasos, las
decepciones. De un traspiés, siempre nos levantamos, de un golpe siempre nos
recuperamos, de una pesadilla, siempre nos despertamos. El fracaso es a la
vida, como la esencia a la materia. Quien
no ha fracasado sencillamente no ha aprendido.
@talkhit
www.jesusmoya.es

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