jueves, 4 de abril de 2013


La Vida Insuperable

Minimalismo del alma, sosiego de la esperanza, virtud del soñador…

Pesquisas del sentimiento con que la codicia abraza al deseo bajo la ternura del llanto incandescente del fracaso.

Certeza de la duda y silencio del verbo que amansa la esfera de la angustia. Un resoplo al pasado para bendecir el suspiro de la inocencia de la nada, del vacío de la ambición contenida y el ímpetu sobrevenido de un verso que rima entre la insolencia de un viento opaco de caricias y el mar de los desencuentros impunes.

El espejo que pertrechado en el cielo refleja el amanecer de la conciencia, acoge en sus entrañas el testigo de un misterio sin resolver que ha mudado su incomprensión  por el azahar que impregna con su fragancia el cerrojo de la soledad y de los recuerdos que naufragaron con la primavera, con la sonrisa amable de un  mensaje inesperado que el viento rociero ha desplegado en la armonía del deseo.

Coraje de un sentimiento  nacido del encanto que en un soneto avenido, ilustra un secreto inesperado y que lo convierte en esclavo de los tantos delirios de amor que en tus cabellos, aguardé, para que la brisa del sur algún día, pudiera airear con la benevolencia del destino.

El placebo de la desidia, la vanidad de los caprichos,  la aventura del querer… La vida insuperable!

La Sentencia del Querer

 

Rondaba la melodía a un silencio inquieto de no pocas debilidades; tenue en el recibimiento a un caprichoso verso falto de sustantivo. En colina el deseo, reluciente y retadora como la primavera cuando despide al invierno, se retorcía la duda inconsistente de un lado para otro sin hallar en su peregrinaje atisbo alguno del maldecido entendimiento, siempre tan distante en la virtud y tan oportuno en la necesidad desatendida.

El corazón, promiscuo de grandes debilidades, retornó a la alcoba de las miserias y sorprendido por la lozanía de la cantiga, aceleraba su paso en la huida del tenebroso arrepentimiento, un mal nacido espíritu se decía así mismo al evocar en el portarretratos de la desidia, la sombra del misterio que viste al amor insensato.

Sensible a las caricias del destino, que en su voluntad persistente, alberga los sueños no consentidos como propios y premeditados; súbitos de la melancolía con que el alma declina la pasión desatada, amables en su tacto como lo es la seda cuando abraza el cuerpo desnudo en un amanecer soleado.

Delata el encanto a la razón, que la armonía que configura la voluntad persistente, puede con el temor infausto y huérfano de la dulzura del sentir sintiendo, del amar amando y del soñar soñando.

Privilegio contenido para un estímulo incandescente que nació de la misma de tierra dónde lo hiciera Luis de Góngora y que tanta veces en su alma retrató el sentir de la pasión sobrevenida a la esperanza.

Delirios de soledad en los besos que están por venir, codicia por el calor de tu mano.

Virtud del camino que aloja la sentencia del querer.