¿Por qué no me llamaste?
El Cobarde sólo amenaza cuando está a salvo
Goethe.
Marta dio un portazo y salió de la oficina visiblemente enfadada; Había sido realmente desagradable y atendiendo las sugerencias de su compañero Pablo, optó por irse a casa y enfriar su indignación.
Por la mañana había recibido un correo electrónico de una compañera de otro departamento; el correo era un elenco de reproches a cerca de diversos asuntos sobre los que compartían responsabilidad; desde alusiones a retrasos incomprensibles, gestiones sin finalizar y la duda expresa de que tras ello habría la determinación de hacerle la puñeta; todo con copia a los distintos jefes de ambas y a varios compañeros del departamento de María, la emisora del correo.
Historia recurrente
Es una historia que se revive una y otra vez; el correo electrónico se ha convertido en muchos casos en una herramienta de “des-comunicación” en lugar de ayudar a comunicarnos, nos deshumaniza.
El e-mail es un arma de doble filo: inconcebible su inexistencia en todos los ámbitos profesionales y personales y capaz al mismo tiempo de destruir relaciones e incluso dañar carreras profesionales.
Observo con incredulidad como personas que trabajan a menos de dos metros de distancia se envían mails… para dejar constancia, alegan. Cómo compañeros que trabajan en distintas áreas dentro de la misma compañía, incluso en la misma planta, se envían misivas e toda condición a diario y en cambio no son capaces de levantarse y dirigirse personalmente o en el peor de los casos levantar el teléfono y mantener una conversación; pero lo que me parece más lamentable todavía, es contemplar como personas se critican y se acusan abiertamente a lo largo de textos malintencionada y premeditadamente redactados, con la complacencia del silencio en un teclado, ajeno al cometido y desprovisto de criterio; cómo persisten y recaen una y otra vez en la tentación de desahogarse sin pensar en lo que pueda pensar o sentir aquel a quién han erigido en victima de su falta de coraje para expresar o dialogar directamente lo que piensan. Y lo más curioso, sí uno descuelga el teléfono o se lo encuentra por el pasillo, el asunto se rebaja sustancialmente; es como sí renaciera un halo demagógico de culpabilidad y antes de que abras la boca…ya se están disculpando por el mail. Y yo digo, ¿pero por qué no me llamaste? ¿Es que no lo podíamos haber hablado, discutido antes de “rajar” sin más? Por cierto, “rajar” es el sinónimo común de la maledicencia, o sea la acción y efecto de hablar mal de alguien y desacreditarlo que es lo que contienen muchos de los mails “corporativos”, verdaderas rajadas…
Cuente hasta diez…
Somos lo que decimos y lo que expresamos proyecta lo que pensamos y lo que hacemos; lo que se puede esperar de nosotros y lo que no. Lo que sentimos es lo primero que trasmitimos; cada palabra, cada letra, desnuda nuestra alma y envilece el instinto, sacude la indiferencia y amenaza la virtud.
Me gusta pensar lo que voy a escribir en un mail; me interesa ponerme en la piel de quién lo recibirá para tratar de saber como se sentirá; nunca envío un mail sin releerlo o sin pasar el corrector ortográfico. Los mails complementan la comunicación, pero nunca pueden sustituir una conversación y aún menos una reunión. No hay mejor comunicación que la visual ni mejor lenguaje que el no verbal, por eso los correos electrónicos, nunca tendrán la capacidad de comunicar que tenemos las personas, afortunadamente, añado.
Antes de responder a un correo con contenido irritante, piénsatelo bien; compártelo con alguien sí es preciso y no respondas para alimentar el conflicto; vale más un vez colorado que cien naranja; localiza a quién te lo ha enviado y pregúntate y pregúntale porque se siente así y que ha ocurrido para que haya tenido que callar la palabra para encontrar una respuesta.
La palabra escrita carece de tono e inflexión; cuando escriba, sea al menos igual de correcto que cuando hable.
La asertividad es una facultad; una poderosa herramienta de la comunicación para indagar y profundizar en las relaciones bajo la tutela del respeto por los demás, de la buena educación y de la sensatez que presumiblemente tienen las personas inteligentes.
Una máxima en comunicación: sí no tiene nada que decir, no diga nada. Ya saben aquello de que uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras.
Con mis mejores deseos.
Jesús Moya
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