La silueta de la pesadumbre acecha a la memoria, maltratada por la inesperada visita del recuerdo, de la proyección malintencionada de un recopilatorio de tropiezos y encontronazos lejanos en su alumbramiento pero estériles al paso del tiempo.
¿Quién no se cayó para aprender a andar? ¿Quién no confundido un verbo, ha malgastado un adjetivo o ha confundido un sustantivo? ¿Quién no ha errado el tiro? sí se me permite la licencia de lo simple.
Refugiarse al amparo de las sombras, del silencio o a veces incluso de la ausencia de la verdad, una conducta típicamente humana y aún reprochable, es admitida hasta donde erosiona la libertad de los demás, sin por ello avalarla o con el mínimo encargo de justificación, más aún cuando sus efectos se convierten en una losa insostenible.
A esta reflexión llego por la vereda de las dudas, de la inquietud aplastante que nace en las falsas promesas, en expectativas mal asentadas o en la insolencia de un destino recurrente; como quiera que sea, descargo todas estas sentencias en la alacena del olvido, abro la ventana de las voluntades y aspiro el cáliz de la tenacidad para seguir alzando la vista por el horizonte de la esperanza.
El humo que dibuja el rastro del pasado, extiende las cenizas con las que armar el molde del presente y el patrón del propósito. El señuelo riega el corpus de las aspiraciones, del deseo y de los proyectos, del descanso tras la fatiga, del despertar tras el sueño, del agua tras la sed, de la solución tras el misterio, de las lágrimas tras el recuerdo, del beso tras la espera…de la Luna tras del Sol.
Como el enfermo que busca remedio en el prodigio de la fe, el caminar es incesante como un libro inacabado, se convierte en bálsamo recién sacado del sombrero del mago, soñar y perseverar es la terapia que alivia la impaciencia. Seguir aprendiendo que hay materias que sería mejor no entender, textos anclados en el cajón de la memoria que sería mejor no traducir y palabras de inútil pronunciación que no pertenecerán a ningún contexto y que se presentan bajo la fórmula de las insinuaciones que solo tratan de ganar una minúscula parcela de tiempo y no se asientan bajo ningún paralelo. Que hay guerras que solo van a tener vencidos y que la batalla que mejor concluye es la que nunca empieza. Que cuando los demás piensan que estás al final, es precisamente cuando hay que empezar.
El estado de las emociones se retrata con nuevos trazos de la misma paleta, entona los versos de siempre en nuevos poemas y anhela el inconfundible perfume de la sirena de ojos verdes que un día conocí en el puerto de las vanidades, en el claustro de las pasiones.
Jesús Moya